martes, 6 de abril de 2010

La Urna, Enrique Banchs

I
Entra la aurora en el jardín; despierta

los cálices rosados; pasa el viento

y aviva en el hogar la llama muerta,

cae una estrella y raya el firmamento;



canta el grillo en el quicio de una puerta

y el que pasa detiénese un momento,

suena un clamor en la mansión desierta

y le responde el eco soñoliento;



y si en el césped ha dormido un hombre

la huella de su cuerpo se adivina,

hasta un mármol que tenga escrito un nombre



llama al Recuerdo que sobre él se inclina...

Sólo mi amor estéril y escondido

vive sin hacer señas ni hacer ruido

1.


II


También el subterráneo manantial

en su lecho de jaspe prisionero,

sufre, pero después rompe el venero

gorjeando ante la lumbre celestial;



recata un terciopelo funeral

el rostro rosa de la aurora, pero

también la aurora al fin rasga el severo

luto nocturno y ríe en el zorzal;



mucho tiempo en el surco está dormido

en laborioso sueño el útil grano,

y engarza al fin la espiga en el verano;



también mi amor estéril y escondido,

se levanta en su noble estampa humana

de pie sobre la estrofa castellana.

2.


Hermosa es la sidérea compañía

de siete estrellas en la oscura frente

del universo... Pero está vacía

la sombra que la octava hermana ausente.



¿Qué ignoto espacio su fulgor rocía

desde una eternidad, sola y silente?,

¿qué destino, a ella sola desprendía

como una flor del grupo refulgente?



El aderezo de las siete estrellas

es bello y como lágrimas son ellas...

pero pienso en la otra: ¡en la que falta!...



Veré más rostros y pasión más alta,

pero con fiel angustia, solamente

pensaré en esa que perdí, ¡la ausente!

3.


Por la bella sonrisa de alegría

que sin ser para mí, la hice mía,

por la bella sonrisa

mi verso ilusionado se desliza.



Por la bella mirada que vagaba

en lo vago... y creí que me miraba,

por la bella mirada

nace y nace mi estrofa enamorada.



Pupila indiferente, boca roja

que mirando y sonriendo dais consuelo,

¡que me disteis tesoro sin quererlo



e ilusión sin saberlo!

Fuisteis como la flor que se deshoja,

que se deshoja y engalana al suelo.

4.


Como es de amantes necesaria usanza

huir la compañía y el ruïdo,

vagaba en sitio solo y escondido

como en floresta umbría un ciervo herido.



Y a fe, que aunque cansado de esperanza,

pedía al bosquecillo remembranza

y en cada cosa suya semejanza

con el ser que me olvida y que no olvido.



Cantar a alegres pájaros oía

y en el canto su voz no conocía;

miré al cielo de un suave azul y perla



y no encontré la triste y doble estrella

de sus ojos... y entonces para verla,

cerré los míos y me hallé con ella.


5.




Seis años llevo con la misma suerte...

Quiero salvarme del doliente estado:

mando a mis ojos que no quieran verte;

¡los ojos suaves porque te han mirado!



La vida en vano me ha labrado fuerte

para dejarme a mi memoria atado...

No más por ti la voz se me despierte;

¡la voz que es suave porque te ha nombrado!



Nada me dice que llegó el momento,

(en que me mires con piedad amante)

que en tanto tiempo he imaginado tanto.



¿Y qué haré entonces con mi gran tormento

Pensar que llega mi postrero instante

que en tanto tiempo he imaginado tanto.

6.


Mientras la tarde ponga la diadema

de su fulgor letárgico y tranquilo,

moribunda gloriola, en la suprema

fronda del tilo;



mientras mi sentimiento tenga asilo

en la palabra hispana y por emblema

lágrimas; mientras trace en noble estilo

la razón de mis horas: el poema,



la olvidaré... Mas hoy, hoy otra vez,

Memoria, lamentemos lo perdido.

¡Oh, Sombra, no te vayas! Dolorida



habla otro instante y otro más después;

porque si éste es el tiempo del olvido,

¡oh, Sombra! no es el de la despedida.

7.


Si como sombra fue mi pensamiento,

sombra eterna abrazada a tu figura,

si me diste tan largo sufrimiento,

sufrimiento y dulzura...



Y si en mi breve juventud fulgura

la tuya, como en mudo firmamento

el brillo de la luna; y si perdura

con secreto lamento



la angustia que me viste en la mirada

y que en otra pupila repetida

yo no sé si fue cita o despedida,



¿por qué pasamos sin decirnos nada?,

¿por qué dejar que se marchite en vano

la rosa blanca del amor humano?

8.


En la fosca y solemne cumbre crece

el leucerón; la nieve es su sustento;

y en el hospitalario valle el viento

las campanitas del muguete mece.



La flor que en el radioso encumbramiento

solitaria y sufrida languidece

no se puede juntar con la que ofrece

al llano azul su perfumado aliento.



Y sin embargo, al fin, las dos cortadas,

en una misma copa se marchitan

en sombrías alcobas, olvidadas...



Inútil nos separa opuesta suerte,

y en vano los orgullos nos evitan:

nos hallaremos juntos en la muerte.

9.


I



Nunca como esta noche de verano

de gran silencio melodiosa y pura

he sentido la lánguida dulzura,

la irrealidad, de mi pasión que en vano



confieso al alma de la noche oscura.

Bien sé que espero en algo muy lejano,

algo que no se toca con la mano,

que no se puede ver ni se figura;



algo como plegaria de intangible

boca, pero plegaria imperceptible;

un suspiro del viento, acaso una



música de violines escondidos;

una vaga mujer cuyos vestidos

ondulan en el claro de la luna.


10.


II


¿Entonces sigue mi infeliz suspiro

superviviente luz de estrella ausente,

o los mirajes de mi propia frente

como el viajero del desierto miro?



¿Es una de esas formas que un abrazo

ilusorio nos dan sólo en el sueño,

sombra que nunca me tendrá por dueño

será la gloria acaso?



¡Nunca! Mi corazón inconsolado

bien sabe que ha pasado por su lado.

Su presencia lo llena, como a copa



el óptimo elemento. Está en mi boca

su nombre que jamás se parte de ella...

¡Tú no eres irreal, aunque eres bella!

11.


I



Cubra tu forma de ánfora un sudario,

lleva en la mano el arlequín de paja

del deseo difunto y desencaja

de ti misma el impulso pasionario.



Y anima en tu atavío funerario

un pie de sombra, un paso, así, en voz baja...

Vayamos al país de la mortaja

y al sitio finalmente hospitalario.



Vamos a ver la dama que con metro

igual nos mide a todos. Cuyo cetro

es la amapola erecta y asfixiante.



Cuyos son el palacio y los salones

con la base en la tierra devorante

y con techumbre en las constelaciones.


12.


II



Surge una hoz en la marmórea entrada,

blanca como el silencio... O voi che entrate...

vosotros, mármol en que nada late,

columna en tierra, espiga cosechada...



En vez del huésped de la rama, el trino,

grandes lágrimas vierten los cipreses.

Alma, enmudece, que no sirven preces,

ni vale el lloro donde está el Destino.



Mira el rebaño blanco de las piedras

tumbales, y pastores, a las hiedras

quietos en la pradera taciturna...



-¡Juventud!- ¡oh, qué cosa llamas, alma!,

¿con gloria y tempestad nombras la calma?...

Y en eso sonó un canto en una urna.

13.


III



En una antigua urna cantó un grillo.

Decía: “en la cabeza de tu hermano

levanto un canto rápido y lozano

y me sirve de atril cráneo amarillo.



Por furtiva rendija entré en la fría

caja; y entre los pálidos despojos,

(¡maravilla de oídos y de ojos!):

venciendo al Tiempo su ilusión vivía.



¡Alegría fugaz de haber vivido,

alegría fugaz, la he recogido

como la abeja de la flor el polen,



para que mis sonidos la enarbolen;

y de ensueños del muerto se hace el canto

que como musical pendón levanto!”.

14.


IV



Cantaba: “Salud, día del verano

diáfano, salud mies erguida y río

lleno de cisnes, y salud, hermano

cuyo labio es corola con rocío;



álamo ceniciento en el camino,

novia en cuyo mirar tan dulce y vago

copiado parecía mi destino,

como refleja blanca vela el lago”...



Dijo así la ilusión sobre aquel muerto.

Y alma, tú suspiraste: “el Hado quiera

que se alce un canto en mi quietud postrera.



Y se prolongue mi poema y yerto

lo que amé rememore, en la canción

del Grillo, lira de resurrección.

15.


Hijo blanco y moreno de las mieses,

pan nutridor, mi sangre te incorpora.

Serás quizás al cabo de los meses

la viva luz que mis pupilas dora,



o en el cerebro el nervio de la oda,

o en la garganta el hálito vocal,

ya que la ley renovante cambia toda

materia en expresión espiritual...



Hijo triste y fatal de los sentidos,

¡oh, amor! En esto acabas: en canción.

Nada es estéril, no, ni la ilusión,



ni el sueño, ni los pétalos caídos...

Aun del mismo dolor de haber amado

se hace el Arte un trofeo conquistado.

16.


¡Si fuera tiempo de empezar la vida!...

En decisivo instante así pensaba

cuando de iluso olvido sólo esclava,

mi alma parecía redimida.



¡Mísera libertad!: ¿qué me dejaba?

Me acordaba por quien tengo perdida

la leve edad que al porvenir convida

y el antiguo vigor que levantaba



mi nombre entre los seres argentinos.

Después decía, como quien delira:

ama sólo a los pájaros divinos,



a la divina soledad aspira

y a la azulada sombra de los pinos...

Y la llamaba, como quien delira.

17.


Un príncipe va en selva de laurel:

capa de seda, rosa en el sombrero,

cincelado el arnés de su corcel...

Cual de leyenda fue mi amor primero.



Como la madre pobre que sostiene

con el valor de su virtud la casa,

la misma noble fortaleza tiene

este ignorado amor que inútil pasa.



Y es como alguna pálida colina

que en la armoniosa calma vespertina

parece hacerse toda pensativa...



Pero mi orgullo que es la sensitiva

que se repliega si la tocan, guarde

cerrándose, este amor para más tarde.

18.


¿Dónde está aquella audacia blanca y fuerte

que imperativa, enérgica y audaz

tiraba un guante al rostro de la Muerte

y este nombre tenía: ¡Siempre Más!?



La que de pie, la mano en la cadera

y envuelta en el pendón de su entusiasmo,

lumbre llevaba en la mirada fiera

y en el labio enigmático sarcasmo.



...Mal tiempo es éste para el porte altivo.

El espíritu, vuelto pensativo,

sólo quiere una cosa: que lo olviden.



Como de lejos, sus palabras piden:

¡déjame solo, déjame soñar!

¡déjame solo, déjame olvidar!

19.


Hay quien pide razón porque no llevo

el diapasón del general clamor,

y porque no resumo en verso nuevo

no mi vario dolor, sino el Dolor.



Siento como a torrente la conciencia

múltiple; siento a todos que soportan,

dalmática de plomo, la existencia...

Pero las multitudes ¿qué me importan?



¿Qué me importan las negras muchedumbres,

el tropel de las leyes y costumbres

y el gran rumor de mar de todo el mundo?



Pues mi motivo eterno soy yo mismo;

y ciego y hosco, escucha mi egoísmo

la sola voz de un pecho gemebundo.

20.


La inspiración del silencioso guía
que anima soledad con su presencia

y es en la ausencia firme compañía,

si no me da consuelo, me da ciencia.



Dócil alumno en la amorosa vía

aprendo cual se cela su violencia:

por él sonríe la tristeza mía,

sonríe, mas decid ¿no es apariencia?



Amor me enseña el principal sentido

de las horas que pasan; y si sueña

el alma ¿no es porque el amor la enseña?



Sutil maestro, su doctrina ha sido

tan elocuente que doquiera creo

sentir la voz que sigue mi deseo.

21.


I



Cuando contemplo mi presente estado

y aquello que tenía y lo que hacía,

llamo al buen tiempo de vivir, pasado,

pues todo lo de ahora es cobardía.



Pero a veces no sé qué cosa hermosa

viene amante del fondo del Pasado

y me arroja a los pies, triste, la rosa

seca de haber amado.



Me vuelvo a ver en un jardín lejano

como hace tanto tiempo; pero todo

me dice que no existe...



Que no existe el jardín, que voy en vano

queriendo despertar lo que en tal modo

sólo en piadoso recordar persiste.


22.


II



Y pues que recordar es necesario

para sentir vivir, ¡ay!, recordemos:

deshójense marchitos crisantemos

frente a mi hoy, espejo solitario.



¡Oh, jardín!... (que aquel tiempo era jardín),

... sufrir a solas, ansia de encontrarla,

rubor de verla, miedo de mirarla,

y nunca hablar... Hasta perderla al fin.



¡Oh, flores que llevaba!... y alegría

del día nuevo que como otro expira

pero habiéndola visto: hoy no podría.



... ¿Es necesario que me engañe tanto?:

igual en la verdad o en la mentira

tengo este solo compañero, el llanto.

23.


Recuerdo un viejo verso: la que cose

a la luz de la lámpara serena.

Cuando yo lo escribía era más buena

la vida, humilde y buena... ¡Que repose



en su inútil bondad como una muerta!

Vuelvo a ver aquel ser y el claro tul

ondulado en la mano dél cubierta

y la luz suave cual de estrella azul.



Hoy estoy solo, solo, y estoy lejos

de todo lo que amé. Nacen mis frases

y se mueren en mí: soy mi ataúd.



Nadie alza los ojos de reflejos

vívidos y fugaces,

cuando mis labios lentos dicen: tú...

24.


Cuando en las fiestas vago en el suburbio,

desde las tierras altas la mirada

de albatros tiendo a la ciudad cargada

de hombres, la lado del Estuario turbio.



Como en una visión de grandes valles,

veo, entrando en el cielo, humeantes barras,

las azoteas rojas, las pizarras

y el tajo ceniciento de las calles.



Y veo el barrio donde está tu casa,

(lo veo y la tristeza me traspasa)

y la casa escondida donde estriba



mi vida laboriosa y miserable...

Y se me alza en el pecho, inolvidable,

el gran amor de la ciudad nativa.

25.


¿Qué te importa, señor, pues que eres sabio

la sinrazón de mi afligido labio?

Tu maestro de vida fue la acción

y compañero ocioso el corazón.



¿Para el molino el ala activa al viento

si la calandria vuela al firmamento?

Sin embargo te escribo porque... ¡No!

El porqué Dios lo sabe, que no yo.



Lloro el iris fugaz de aquel deseo

más que humano que un tiempo me engañó.

Y me inclino en el libro en que me veo,



como árbol que en el río se inclinó;

y el río le refleja las dolientes

ramas con las estrellas ascendentes...

26.


Justo es tal vez que sufra ese destino

de no desear, pues puse el alma ardiente

en alto sitio y tan inútilmente

que no espero ni en caso peregrino.



Si el corazón no tiene compañía

ni encuentra caridad donde apoyarse,

será porque no tiene de qué honrarse...

pero eso el corazón no lo sabía.



Y en esta condición desamparada,

quiere él mismo ofrecerse a cualquier cosa

como en patena de oro una granada.



¡Ilusión desoída y a destiempo!

Mas él de una esperanza tal rebosa,

que, don esquíleo, lo consagro al Tiempo.

27.


I



Carne mortal, sosiega.

Carne mortal, escucha la palabra

de la traición que aquí en ti misma, labra

el término a que vas altiva y ciega.



Pues la traición es tu fugacidad

y tu ilusión engaño de distancia.

Detente, ¡oh, carne! y descoyunta el ansia

de esa tu fuerte alada vanidad.



Mira cuánto amador yace en la tierra

y cómo cruzan formidable guerra,

fidelidad y olvido.



Y pues que has de morir en plazo breve,

quiera serte el amor copo de nieve

en lumbre de razón desvanecido.

28.


II



“El término a que voy ciega y altiva

no me sabe advertir, ni yo me advierto:

sólo para morir la cosa viva

halla elocuente la mudez del muerto.



Y mi fugacidad el ansia aviva,

como es más hondo y grande el beso oferto

a punto de partir, así despierto

de súbito febril e imperativa.



Mi ceguera alargaba mi paciencia,

y hoy la vista del fin inflama urgencia:

ya no espero en silencio: quiero verla.



Y pues que he de morir en plazo breve,

la sola voluntad que me conmueve

es el ansia sin fin de poseerla”.

29.


Cargado tengo de riqueza sorda

el cerebro confuso y populoso,

que de conocimiento se desborda,

inconsciente en su impulso generoso.



La multitud de libros son el parque

fastuoso y misterioso que fatiga

mi ansia de conocer. ¿Qué hay que no abarque

tanta codicia que a ignorar obliga?



Ciencia que no me vale para nada

pues no se cambia en pan ni en buen consejo

ni en la amistosa plática retrato.



Aún no sé comprender una mirada,

ni sé si la altivez de que me quejo

más que desdén es femenil recato.

30.


Quien tenga algún secreto engaño pida
la compasión de la escondida vida,

quien ame de apacible amor la implore

y un austero retiro rememore



que a la fidelidad que no perece

en su clara virtud, hogar ofrece...

¡Tranquila soledad, firme custodio

de la paciencia de vivir sin odio!



Inútil para el mundo en que se muestra

el orgullo vital mira un destino

quieto y oculto la esperanza nuestra.



Y consagrado a prematura calma,

como en sueños, amada, me encamino

al silencio sereno de tu alma.

31.


Puesto el despecho a convencer, desliza

pérfida voz que expresa como un reto.

Con ansia digna de mejor divisa

dice: -¡no es nada más que un esqueleto!



-Sí... mas los ojos pardos que sumisa

mirada envían llena de secreto;

los labios que aperezan la sonrisa

en desdencillo de perfil discreto...



-¡Un esqueleto nada más!- Que lleva

con juvenil delicadeza un paso

que pasa y sin caer tiembla el rocío...



Donde tesoro (¿quién que lo conmueva?)

palpita un corazón, -¿Qué es eso?- Acaso

un corazón que siente como el mío.

32.


Sobre la dura hoja de un agave

vi esta tarde enlazadas iniciales,

dos letras -¿de qué mano? ¡Dios lo sabe!-

unidas como manos de mortales.



Que ya han muerto tal vez. O son felices.

O no se han vuelto a ver, pero tampoco

han vuelto para ahondar las cicatrices

pálidas que se cierran poco a poco...



Quien os contempla, pobres signos, prueba

el pesar de un mejor tiempo perdido...

Yo con trémula mano corté al fin



en la borrosa letra, letra nueva

para que aqueste amor desconocido,

sino en la vida viva en el jardín.

33.


I





No el laborioso hierro que en el cipo

labra inmortalizada despedida

grabará el nombre oculto que emancipo

con vida oculta de postrera vida.



Lápida sin leyenda me anticipo,

cual conviene a quien sigue una perdida

labor, pues la mejor labor disipo

llorando una pasión inextinguida.



Inútil fui y al devorante abismo

bajaré sin haber dejado nada:

sombra de sombra me seguí a mí mismo...



Pero en mi tumba un eucalipto, allí

majestuoso y sombrío, a la mirada

del pasajero le hablará de mí.

34.


II





Majestuosos, sombríos, colosales,

eucaliptos vibrantes en el viento,

protegiendo en las tardes otoñales

la humildad del camino ceniciento



por donde yo he pasado tantas veces...

A vuestra sombra alzábanse los lirios

como una pura elevación de preces.

¡Sombra que ha serenado mis delirios!



¡Oh, cuántas veces como yo pasaba,

pálido y solitario, y recordaba

lo que entonces podía llamar mío!



No os podría ver más, sombras gigantes...

Aunque dentro de mí llevo como antes

majestuoso dolor, grande y sombrío.

35.


Espíritu gentil que de Valclusa

las selvas de laurel paseaste tanto,

razonando de amores con la musa

que alargaba el honor de tu quebranto:



como a ti me ha dejado una confusa

esperanza materia para el llanto,

mas no me dio el ingenio asaz excusa

para hacerla materia de mi canto.



Maestro soy en el mar doliente,

aunque no en la elegancia del estilo

ni en la ilustre nobleza del dictado;



pero viendo el laurel que honra tu frente,

pienso, grave y tranquilo,

que un sentimiento igual nos ha acercado.

36.


¿Árbol por qué floreces?... ¡Qué pueril

pregunta y qué pregunta sin razón!

Pero he dicho otras veces: juvenil

corazón ¿por qué lloras, corazón?



¿Árbol por qué floreces?... ¡Oh, qué ilusa

pregunta y qué banal curiosidad!

Pero he dicho otras veces: ¿por qué, musa,

hablas dentro del pecho en soledad?



¡La bella inexplicable sinrazón

que vive en todo, como en la dormida

noche el fulgor de la constelación!



¿Y tú, por qué has amado? ¿por qué, di,

tu blanca vida sin amor no es vida

como alelí sin flor no es alelí?

37.


Vuelan las frases de la amable plática

en la llaneza de la compañía

y la trivialidad con acrobática

gracia sus flechas de papel envía.



Nada conturba a la palabra errática

revoloteando leve de alegría

de tema en tema como en aromática

planta la mariposa se desvía...



Pero si por ventura alguien te nombra,

súbita gravedad mi rostro empaña,

rememorando pena y desencanto.



Y me recojo a la doliente sombra

de un pensamiento que me desengaña,

y sin hablar te nombro con el llanto.

38.


Este que oprime el corazón sin ruido

con la corona de sus dedos yertos,

espera todavía. Aquí dormido

reposa con los ojos entreabiertos.



Sobre él no se inclinó mirar querido,

un rostro que llenase sus desiertos

ojos que por la culpa del olvido

no tienen un tesoro entre los muertos.



Tú, feliz pasajero, que has de hablarla,

dile que venga y calme con mirarla

la pena entre los párpados helados.



Acerque a la esperanza su clemencia;

cierre con la piedad de su presencia

los ojos entornados.

39.


Dime por qué estás pálida, ¿has soñado

esos sueños que son presentimiento

de ausencia?... Yo quisiera oír tu acento

siempre y que no te vayas de mi lado.



Dime por qué estás pálida, ¿has llorado?

Es como tenue cera y desaliento

de pétalos tu rostro sin contento...

¿Tus lágrimas a quién han perdonado?



Pálida que en las largas noches solas

lejos de todos imploré y bendije

y que envuelta en un leve azul de aureolas



viniendo adonde estoy tanto he previsto:

¡tal vez un ansia misma nos aflige,

que en ti mi propia palidez he visto!

40.


Los álamos están como soñando,
quietos en la dulzura vespertina;

bajo la rutilancia mortecina

del sol la fronda muda está soñando.



Todo está mudo como siempre cuando

la ilusión de las formas se termina;

y el aire, hecho silencio, disemina

la paz letal de los que están soñando...



¡otro día que pasa y no la viste!

Ayer tampoco y así siempre. El día

como una hoja seca cae del cielo.



El día pasa y caminante triste

todo se lleva en triste compañía,

que triste compañía es mi consuelo.

41.


La sirena fatal fuera piadosa

para el ilusionado por su canto

que a punto de caer rompiera el llanto

y gemebundo le dijera: ¡oh, diosa



del mar azul, perdóname! Tu encanto

apaciguado, deje a pesarosa

vejez que llegue al lado de la esposa

que en las ausencias he nombrado tanto.



La sirena le oyera... Pero es mía

suerte más despiadada:

y el alma olvida lo que tanto ansía



que es verse en ciego olvido serenada,

pues cuanto más la imploro más me oprime

y jamás mi sollozo me redime.

42.


También el vivir diario nos separa,

tanto que fuera más feliz intento

juntar al agua clara el óleo lento,

que unir las manos que el ensueño ampara.



Tu vas siempre con un florecimiento

de alegría alumbrándote la cara

y amable compañía te depara

diario olvido ante rápido contento.



Pero yo melancólico, suspiro

y solitario por las noches vago

y te veo de lejos y te miro



con ojos de vergüenza; y como en pago

de haberte visto, digo con tristeza:

Sí... nos separa la naturaleza.

43.


Algunos dicen: ¿cómo es eso: muda

tu arrogancia de ayer paró en vacío?,

¿y es justo que el silencio preste a duda

el buen linaje de tu antiguo brío?



-La gallardía memorada tanto

no está, ¡por Dios!, ni muerta ni enterrada,

sólo que espero la estación del canto:

¿no tiene invierno tanta especie alada?



Seguramente la labor proscrita,

bella durmiente, espera al que rescata

de escarcha estéril leve margarita.



Pero aunque el triste estado de hoy me abata,

saque Disculpa esta razón postrera:

¡siempre espera que llegue primavera!

44.


El áspera razón de abandonarte

aunque tiempos mejores nos sonrían,

no es de las que en epístola se envían

ni de las que, sutil, decora el arte.



Es razón de decir entre sollozos,

porque es así como uno la adivina,

y valida de penas asesina

firme esperar de justos alborozos.



De una pobre apariencia, es, sin embargo,

la imperiosa razón de tanto embate

que a honrado corazón mucho combate.



Pues siempre hidalgo bueno bebió amargo,

cuando frustrado su derecho había

el pan fundamental de cada día.

45.


Perdóneme el amor cuando comprenda,

mi vivir cotidiano rectifique

y una fácil razón fije y explique

lo que razón de arte desenmienda.



Pues a veces siguiendo la ondulante

senda imaginativa dejo un verso

a mi constante sentimiento adverso

e infiel por relucirse más brillante.



Así a desdén que no me hiere imploro

y una ilusoria pena a ratos lloro,

¡tanto la mente en fantasear disperso!



Y el ser que de amistad tan noble vive

honor de mi labor jamás recibe...

Tiene mi vida que bien vale un verso)

46.


Entro a mi casa fatigado bajo

la ley del diario y mísero trabajo

que seca la espontánea flor del poco

de ensueño... ¡Y siempre así!... Y siempre invoco



a lo más puro y libre de mi ser,

a lo más permanente para hacer

la ciudadela blanca en que me olvide

lo que fatal necesidad me pide...



Blanca carilla ante de mí vacía

como escenario abandonado espera

la pequeña tragedia de mi día.



Pero fatiga estéril te lacera,

¡oh, alma! y como un perro en el umbral,

te duermes en la hoja virginal.

47.


Motivos de aflicción me han puesto cerco

y a pesar de su rígida porfía,

no es razón de tenerlo a insulto terco,

sino cual preferencia y cortesía.



Al cabo esa su enérgica enseñanza

me da tan abundante disciplina,

que ni me hastía el bien ni el mal me cansa

si asunto de aprender de ambos declina.



La edad de más afán me yace muerta:

lo que sufrí, pasó; mas me avigora

fuerza mayor y comprensión más cierta.



Aún el largo dolor de haber amado

de tanto me sirvió que estoy ahora

para amar nuevamente preparado.

48.


Cuando nuestro silencio se deshoje

como en ociosa mano un crisantemo,

ya no será mi voz esa que escoge

para decir su angustia el bien supremo.



Y si otra vez en esta vida blanca

como un sudario, te volviere a ver,

¿tendrán mis ojos la mirada franca

que vio tu adolescencia florecer?



También si nuestras manos se aproximan

serán como palabras que no riman

o como dos latidos siempre alternos.



Pues un día ha pasado sin soñarte,

día que inexpiable y fosco parte

la tácita unidad de parecernos.

49.


Múltiple vez he visto en la novela

que los del mal de todos guardan una

prenda que en todo plazo les revela

la pasada fortuna.



De cabellera que no más es bruna

les queda un rizo; o una antigua esquela,

o en terso esmalte tersa frente, una

frente que de impasible desconsuela.



De condición igual cierto no puede

gloriarse mi afección que no me cede

cosa que sobreviva de este instante.



Y alguna vez en menester de aquella

que es de tiempo mejor durable huella

¿tendrá donde posarse el beso errante?


50.



A los pies de los álamos la brisa
aquí y allá las hojas secas junta;

claro el retoño en la corteza apunta

como la dentadura en la sonrisa.



En la paz de la hora, meridiano

suena el zumbido sordo del insecto

y casi embriaga su áspero y directo

rumor, que ni está cerca ni es lejano.



Voy por la rumorosa vastedad

de la floresta clara y retoñante,

piadosa en su elocuente soledad;



y en tan dulce vagar no sé qué quiero:

soy feliz como nunca, estoy delante

de lo deseado... ¡y sin embargo espero! .

51


Ciudad nativa, te conozco como

libro que se ha leído.

Eres como un desierto color plomo,

color gris invariable y aburrido.



Y sueño con ciudades melancólicas,

(canales, viejas abadías, nieve...)

con ciudades al lado de bucólicas

campiñas de una gracia ingenua y leve.



Aquí ya nada espero, nada siento,

nada tengo que amar. Oye: hasta el viento

dice siempre un igual, viejo motivo.



Y me iría muy lejos... No; jamás.

Y tú lo sabes bien, ser por quien vivo:

¿Cómo me alejaré de donde estás?

52.


Si puesto a amar, indiferente y frío

desdeño el convivial lugar y cesa

de sonreír la gracia de la mesa

que es regocijo de hombre sano, ansío



olvidar este frívolo desvío;

si no alumbra en mis ojos la sorpresa

que antes me dio la natural belleza

(que me es ahora teatro del hastío),



no me importa; si el libro ya no tiene

la maravilla antigua, no me importa:

todo es como hoja seca que va y viene.



Mas lo que el pensamiento no soporta

es que haya roto por llamarme amante

mi voluntad de hierro y de diamante.

53.


Sé de una fuente mansa y silenciosa

que sobre antiguo mármol se derrama

lenta y constante. El agua que rebosa

jamás refleja un rostro ni una rama.



Vierta la noche azul la luna en ella,

o abra su golfo de oro la mañana

donde naufraga la postrer estrella,

la solitaria fuente siempre mana.



¡Generoso dolor que siempre llora,

fuente que el agua da calladamente

como el Tiempo su hora!...



Conozco una pasión que nadie mira,

que nadie escucha y sin cesar suspira,

perdiéndose como agua de la fuente.

54.


La he buscado a mi lado, la he buscado

como se busca a la felicidad.

Acá y allí, más lejos y a mi lado...

Ojos, ¿de qué me sirven? ¡Ya no está!



¡Quién pudiera ser joven otra vez!

tanto como lo fui cuando la vi

amorosa y jovial, buena tal vez...

como en mis pensamientos la sentí.



¡Ha pasado! ¿y por cuál jardín pasó?

¿dónde la huella de su pie quedó?,

¿en claro enero o indeciso abril?



¡Oh, pálida mujer, cual de marfil!

te llamo sin cesar, tú, ¿dónde estás?

te busco, ¿volverás?

55.


A la materna Tierra que cintila

en la informe tiniebla, cual pupila

de leopardo, le pedí la fuerza

pánica de cantar su alma dispersa.



Pues poeta cosmógrafo con sabia

voz quise hablar de su incansable savia

y descubrir sus alas misteriosas

en la naturaleza de las cosas...



¡Alto designio que el amor destierra!

que ¡ay! en la cruz de más humilde estado

tan sólo hablé de mi pasión humana.



Porque sólo una cosa vi en la Tierra:

mi alma llena de sí, que ciega y vana,

va como un serafín avergonzado.

56.


Será una tarde gris y suave como

todas las otras tardes que se ven,

con su poco de sombra, con su asomo

de tristeza... ¿por quién?



Y nada bello habrá de nuevo, nada:

como siempre en mi mesa un libro abierto,

quizá una rosa ajada...

¡ah! , pero aquella tarde yo habré muerto.



Y se desprenderá en la suavidad

de la tarde fugaz mi espectro pálido,

y se levantará



como joven mujer del lecho cálido...

y seguirán cayendo como antes

igual que hojas marchitas, los instantes.

57.


Si yo estuviera ciego todo ruido

como eco de perdón y de clemencia,

me haría murmurar: manda la ausencia

la voz que ni una sola vez he oído.



Y si arrastrara el aire confidencia

de pétalos, diría: ha sonreído

y su sonrisa está, como un vestido

de comulgante, llena de inocencia...



Y si a la sombra de un rosal florido

descanso un día, pensaré que ha sido

esa sombra tranquila, su presencia



que al fin se inclina sobre mi existencia...

Sólo ciego veré en esa apariencia

quieta por fin la sombra que he seguido.

58.


Yo sé bien que otra vez te quise mucho,

pero hace tanto tiempo, ¡pero tanto!

Que del lejano tiempo sólo escucho

dentro de mí, sin causa siempre, el llanto.



Es un sollozo como un ala viva

y una espina en la sombra la apuñala,

¡ira torpe en la mísera cautiva!

y el ala en sangre y traspasada, el ala



se agita siempre en sangre y traspasada.

¿Ha existido ese tiempo? No tal vez...

pero una cosa es cierta: una mirada



vista en el fondo de una edad pasada,

(sobre las tumbas, sobre mucha nada,

entre las almas) por primera vez.

59.


Hospitalario y fiel en su reflejo

donde a ser apariencia se acostumbra

el material vivir, está el espejo

como un claro de luna en la penumbra.



Pompa le da en las noches la flotante

claridad de la lámpara, y tristeza

la rosa que en el vaso agonizante

también en él inclina la cabeza.



Si hace doble al dolor, también repite

las cosas que me son jardín del alma.

Y acaso espera que algún día habite



en la ilusión de su azulada calma

el Huésped que le deje reflejadas

frentes juntas y manos enlazadas.


60.



En la serenidad desoladora
que tiene un rostro indiferente y frío,

muestra el orgullo el natural bravío

que flaquezas con máscaras decora.



Se rinde la mirada que es traidora

de lo que tiene: el pasionado brío

busca en el pecho su lugar sombrío,

no en la fisonomía locutora.



Y aunque impasible y calmo y sosegado

figure el rostro como un agua muerta,

adentro está el despecho y el llamado



y el sollozo y la sangre de la herida...

Que aunque esté de la mano fiel cubierta,

ya no es nuestra la lágrima vertida.

61.


Nadie interrumpa con la queja vana

el gran silencio de la carne humana

que en inconsciente nada se resuelve

y al sitio de antes que naciera vuelve.



Nadie se asome al sumidero lento

de sangre, donde todo el elemento

que amó fermenta en un montón sombrío

chorreando sin ruido en el vacío.



Nadie se asome que el llamar no puede

renovar ese adiós que nos precede,

ni hará que torne lo que fue mirada.



Que es la vida un bocado de alimento,

(pero no eterno) que voltea un viento

silencioso en las fauces de la Nada.

62.


La muy pobre fortuna que deploro

es de un valiente contendor esclava:

una felicidad pasada clava

en la desdicha actual su lanza de oro.



Me empaña con su gracia azul el lloro

la sonrisa que antaño contemplaba.

Poca es la saña de la suerte brava

cuando el recuerdo es el mejor tesoro.



¡Engañoso consuelo! porque en vano

piensa en el dulce hogar el que lejano

siente en comarca hostil, hostil el frío...



Mas cuando no recuerdo todo pierdo.

Yo soy lo que viví; y es el recuerdo

lo único que puedo llamar mío.

63.


Antes, sin conocer la delicada

felicidad de mi dolor, decía:

¡Dios quiera que se acerque pronto el día

que esté de olvido el alma traspasada!



Hoy, pensando en aquella fantasía,

me parece que fue una desdichada

blasfemia, pues jamás, nunca, por nada,

decir adiós a mi pasión querría.



Porque ella fue mi juventud y siento

que la viví por ella,

¡la juventud que se ha llevado el viento!



Pero que yo recuerdo cada día,

como quien por haber visto una estrella,

recuerda al firmamento en que lucía.

64.


I





Tornasolando el flanco a su sinuoso

paso va el tigre suave como un verso

y la ferocidad pule cual terso

topacio el ojo seco y vigoroso.



Y despereza el músculo alevoso

de los ijares, lánguido y perverso

y se recuesta lento en el disperso

otoño de las hojas. El reposo...



El reposo en la selva silenciosa.

La testa chata entre las garras finas

y el ojo fijo, impávido custodio.



Espía mientras bate con nerviosa

cola el haz de las férulas vecinas,

en reprimido acecho... así es mi odio.

65.


II





Odio era: no es. Que ya no existe

esta otra fiebre de la carne viva.

A tanto que me muere no resiste

este otro orgullo de violencia altiva.



Antes era mi ser todo tormenta,

todo contradicción, lucha, mentira;

tendía la mirada turbulenta

el arco de la ira.



Y en divergentes fuerzas me partía,

y hoy soy hogar de sólo una energía

suprema, que alimenta un gesto eterno:



un amor pensativo y doloroso.

Por él soy como un lago silencioso,

entre grandes montañas, en invierno...

66.


Lejos brillan abiertas las ventanas

como escudos de bronce que protegen

al hogar, y solemnes entretejen

lejos, sus dos lamentos dos campanas...



¿Aquí, por qué aquí mismo, aquí, he venido?

Vuelvo siempre lo mismo que un lucero.

Donde me despedí yo siempre espero,

y siempre espero donde la he perdido.



Los astros siembran la región serena

como encendidas flores de verbena...

Yo bebo de esta paz, bebo este olvido



Y me recojo el ser en una suave

resignación, que esto será quién sabe

lo que Dios ha querido...

67.


Soñé con un jardín noble y perfecto

de color mortecido y atenuado,

inmutable, severo, sosegado,

antiguo y uniformemente recto.



Dos paredes de evónimos oscuros

cortados con paciente simetría

y en el medio un estanque donde había

tornasolados cárdenos e impuros.



Y aquí un reloj de sol sobre una piedra

ruinosa que abrazaba larga hiedra,

e inmóvil, un pavón en el sendero.



Jamás pasaba el viento. Y allí, en vano

como una lenta sombra iba un anciano

de alguna lenta sombra carcelero...

68.


¡La triste suerte mi divina suerte

de no sentir la herida de la muerte!

Siempre esperando lo que nunca llega,

siempre esperando pero siempre ciega.



Hogaño espera lo que ayer quería,

de nuevo dice lo que ayer decía...

cuando de todo me hace más lejano

la muerte que me lleva de la mano.



Tú pasas, Tiempo, pero vas furtivo

como un cristiano que a la catacumba

lleva una rama de ciprés votivo,



tú hieres, Sombra, pero no te veo,

pues ya inclinado ante la hambrienta tumba

me alza los ojos mi primer deseo.

69.


Si soplar es vivir, viví. Mi propia

sangre gusté y en verso la celebro.

Volqué como divina cornucopia

mi corazón colmado en el cerebro.



Viví sintiendo mi rumor, hablando

conmigo nada más, con el empeño

de ver sólo lo que iba imaginando.

Y quizá de la vida me hice un sueño.



Hoy siento despertar a mi memoria...

Con la inutilidad de un ciego miro

y no comprendo nada más que al cielo,



al cielo que ya no es cosa ilusoria.

Y hoy que a vivir empiezo más suspiro,

porque lo que comprendo no es consuelo.


70.


Si yo nací para más alta empresa
que arrojar el honor de mis deseos

a los ligeros pies de una belleza,

como se echaba el guante en los torneos,



me avergüenza mirarme en este instante

aperezado en la amorosa idea,

y mientras el espíritu oscilante,

sin sufrir por los otros, nada crea.



Pero si yo nací para ir siguiendo

como en un valle de silencio y calma,

el fuego fatuo que yo mismo enciendo,



déjame con la frente pensativa

contemplando en el prado de mi alma

la estela de la llama fugitiva.

71.


Muda está la oración, como suspensa

de secretos que nunca tendrán voz.

¡Lánguida y resignada tarde inmensa,

prolongada de adiós!



...Y con una pereza dolorosa

bambolea un ciprés su copa grave

como negando sin cesar... ¿Qué cosa

vale la pena de algo en este suave



momento disipado en seda y sueño?...

Muda está la oración y la mirada

muda, la reconoce compañera.



Sólo aquí dentro, solitario dueño,

la Memoria de espinas coronada

habla al Silencio y solitaria espera.

72.


-¿Cuándo te dije mi secreto alado?,

¿cuándo paseaste con tu buen amigo?,

¿cuándo, las frentes juntas, he mirado

loa guirnalda de flor de estar contigo?



-Cuando quedó tu lágrima conmigo,

cuando sin verte te sentí a mi lado,

cuando un atardecer nos fue testigo

un lucero en el cielo abandonado...



-¡Qué cosas tan lejanas las que dices!:

lloré más... y más tiempo enamorado

contigo fui... salieron más estrellas...



-¡Qué cosas tan lejanas las felices!

-¡Si parece que nunca te he encontrado!

-Porque los sueños no dejamos huellas...

73.


Solitario y doliente en noche clara

y misteriosa, -tú también misterio-,

paseaste en la actitud de quien soñara

las alamedas junto al cementerio.



¡Romántico a la antigua! que la moda

trueca la gran corbata acresponada

o el chaleco de pana y acomoda

la melena de intento descuidada:



cambia la barba, pero el pecho, ¿cuándo?...

Aunque en fúnebre copa no bebiste,

no por eso te sientes menos triste



y aún piensas que es amar llevar sangrando

el deseo de amar; y hosca la frente,

vas solitario, pálido, doliente.

74.


La estival sinfonista en la alameda

muerde al pálido fresno y donde muerde

una incipiente yema el árbol pierde

y en su lugar lágrima de ámbar queda;



el leve y devorante fuego deja

aureolando en el cirio un lirio ardiente,

pero quema la cera: arde el presente

cándido y opalino de la abeja.



Pareciera que toda cosa bella,

(no digáis de la estrella),

vive sobre algún lloro y hace un mal.



¿Qué maravilla, pues, que, siendo hermosa

la que en mis labios es refrán y glosa,

me tenga herido el corazón tan mal?

75.


Sonó una campanada lenta y honda

en la tétrica noche, en el acecho

del tiempo. La sentí profunda y honda

cual manos que golpeasen en mi pecho.



Y así decía: ¡un año se ha extinguido!...

Oh, alma mía, ¿qué has hecho,

qué has perdido, qué has hecho, qué has perdido,

el año que en tiniebla se ha deshecho?



-Un amigo se ha muerto, un libro, acaso

el más bello, no nace; y a tu paso

las columnas de plata se han caído...



¡y tampoco este año has dicho nada!

Lloremos, porque cada campanada

con mis lágrimas, ¡otras!, ha venido.

76.


Viene la aurora que las frondas verdes

con pálido fulgor tímida dora.

Penumbra, el alba rosa te devora

y como un largo tornasol te pierdes.



A esperar vuelven todos. No recuerdes

más, no recuerdes más. Esta es la hora

de preparar tu día. ¡Esta es la aurora!

¡Olvida, tú que el alma te remuerdes!



Esta noche febril e interminable

en que tanto he nombrado un nombre amado,

¡ay!, me ha dejado más inconsolable



porque ninguno contestó al llamado...

¿Quién dice que ha venido un nuevo día?

La noche me acompaña todavía.

77.


Cuando en la noche azul me quedo solo,

miro a mi lado para ver si estás...

La noche es dulce y triste y yo estoy solo,

la noche es silenciosa y nada más.



Entonces creo natural, ¡y tanto!

que tú estés a mi lado, aquí, a mi lado

-algo tan natural como mi llanto-

y que hablamos, habiéndonos callado...



Siento que miran. Dice el pecho: es ella.

Levanto la cortina: es una estrella;

pasa una mano por mi frente, y veo:



no es su mano, es la mía...

Y quedo solo en la quietud sombría

de la noche, sin pena y sin deseo.

78.


Feliz vivir el del pastor que lejos

de todos, en la pampa solitaria,

contempla los inmóviles cortejos

de astros sobre la gran mudez agraria.



Y oye a la alondra y ve las cortaderas

de empenachada espuma y junco airoso,

y la mirada envía a las praderas

donde albea el rebaño silencioso.



Y olvidado y tranquilo, cuando llena

de oro y diamante se abre la mañana,

un día más no hace temblar su fe.



Pues no le hiere una secreta pena,

ni le cautiva una esperanza vana,

que en nada espera porque a nadie ve.

79.


La longeva y oculta madreperla

cuando se hiere el blanco seno, vuelve

del sueño estéril y la herida envuelve

con su irisada lágrima, la perla.



Hay quien de su dolor se hace una joya;

y lo sé, porque canto lo que pierdo.

Sobre la misma herida del recuerdo

la mano del artífice se apoya.



La madreperla, solitaria afina

el oriente del nácar escondido,

como el amor en soledad sentido



de más clara pureza se ilumina,

y el silencioso tiempo lo engrandece,

como a la perla que en los años crece.

80.




La misteriosa y móvil mar conmueve
su torso de ira, relumbrante red,

y rebramando el fondo sordo, al leve,

prístino, ingenuo azul del cielo ve...



Como imbricado de guirnalda breve

parece el mar lejano... Pero ¡qué!

¿no hay un ansia divina que le lleve

donde una piedra esté?



Sí; y en desesperado anhelo llega

y despedaza su cabeza ciega,

rompe sus brazos de pasión perenne...



Sé de otro anhelo así desesperado,

así ciego, así eterno y desgarrado.

¡contra inmutable piedra un mar solemne!

81.


En verdad, senda suave, soy tu hormiga,

y, mieses rumorosas, vuestro grano;

asno del leñador, soy tu fatiga,

y astro admirable, tu admirado hermano.



Inevitable Hora, soy camino

de tu pie inevitable de fantasma,

y para ti, Pasión, soy polvo fino

que trémula tu mano loca plasma.



De todo lo que amo soy un poco,

y el espíritu en éxtasis confundo

con todo lo que miro y lo que toco.



Sólo de un ser estoy siempre lejano,

inarmonioso... Y me pregunto en vano

si en verdad ese ser es de este mundo.

82.


La firme juventud del verso mío,

como hoy te habla te hablará mañana.

Pas la bella edad, pero confío

a la estrofa tu bella edad lejana.



Y cuando la vejez tranquila y fría

del color virginal te haga una aureola,

no sabrá tu vejez mi estrofa sola,

y te hablará cual pude hablarte un día.



Y cuando pierdas la belleza, aquella

adolescente, el verso en que te llamo,

te seguirá diciendo que eres bella.



Cuando seas ceniza, amada mía,

mi verso todavía, todavía

te dirá que te amo.

83.


Contempla, vida, el daño que me has hecho,

como mirara el viento, -si pupilas

brillaran en sus alas intranquilas-,

la terraza de flores que ha deshecho.



¿Acaso piensas que es hazaña noble

encorvar la altivez en carne humana?

Es más fuerte que yo la flor temprana.

Firme monte no soy, ni viejo roble.



Mi larga humillación no me avergüenza,

ya que es honor que a diario me levanta

luchar contigo, aunque jamás te venza;



y tu rencor un verdadero signo

de que algo soy, puesto que clavas tanta

saeta de oro en este flanco indigno.

84.


Vuelve la vagabunda luna al cielo,

vuelve a la rama la temprana flor,

al dolorido ser vuelve el consuelo

y del consuelo en pos vuelve el dolor.



Vuelve la nave de latina vela

al puerto en que dejó un mentido adiós,

vuelve el Recuerdo al cementerio y vela

lo que ha sido mirada, beso y voz...



Pero no vuelve el día en que te he visto

por la primera vez, ni vuelve el día

en que te pude hablar y no te hablé;



pero no vuelve al pecho que contristo

el mal que daba vida cuando hería,

ni el tiempo de esperar lo que esperé.

85.


Manos arbitradoras de destino,

que ahora entrelacé sobre mi pecho

como es de arrepentidos el derecho,

sobre vosotras la mirada inclino.



Nunca os había visto, manos mías,

con tanta senectud que me previene

que es fuerza apresurar –la noche viene-

la corona que hacéis todos los días.



Pocas cosas os quedan ya que hacer

en la tierra alumbrada de la luna,

pocas cosas os quedan ya que hacer...



Quizás conduzcan de otro ser la suerte

de paso frágil a mejor fortuna;

y quién sabe si no me darán muerte.

86.


¡Cuánto escribí!... Y sin embargo nada

ha dicho un poco, un poco de mi ser;

¡cuánto he deseado! y vedme: ¿qué deseada

cosa llegué a tener?



¡Cuánto lloré! mas ¿qué misterio es ese

que yo he sentido y para qué no sé?

Porque lo mismo estoy cual si no hubiese

llorado nunca. ¿Para qué lloré?...



¡Oh, noche! apaga como a un cirio mi alma.

No me dejes pensar, soñar, sentir,

no me digas que quise.



¡Oh, noche! envuelve con tu dulce calma

tanta inutilidad, tanto vivir

en vano, y lo que soy y lo hice...

87.


Cuerpo, que vas hollando las violetas

de las cosas humildes y secretas

y sintiendo con una despedida

el perfume del árbol de la vida,



sereno vas con la ambición quebrada,

sereno vas... ¡y cuánta cosa ansiada

que ya no ansías! y por eso amigo

mío, me das consuelo y te bendigo.



¡Oh, cuerpo mío, casa silenciosa,

donde la vida pasa, silenciosa

como un leve suspiro!



¡oh, templo de penumbra y de plegaria

noble mansión de un alma solitaria,

como a un castillo en el confín te miro!

88.


Con el casco opulento alta la testa

recta y firme, el mirar como soñado,

sobre extendida garra la otra puesta

y ola de hierro el cuerpo recostado;



por su actitud de contenido empuje

e inmóvil en su estampa soberana,

¡cómo impone el león!... Si a veces ruge

como un metal resuena la mañana.



¡Oh, prisionero! ruges... Mas graciosa

llega la dama del vestido rosa,

que a tu cabeza que se humilla asusta



bajo el pompón de seda de su fusta...

Pues tampoco tu fuerza es un amparo

contra la dama del vestido claro.

89.


¿De dónde vienen, de qué inaccesible

templo, de qué país maravilloso,

las sombras que nos dan un imposible

beso en el sueño vago y silencioso?



¿Las coronas que en sueños nos coronan,

las flores que llevamos, mas dormidos,

y las mujeres blancas que abandonan

nuestros febriles brazos extendidos?



¿Quiénes están soñando con nosotros

cuando soñamos? ¿quiénes son los otros

seres que no veremos ni hemos visto?



¿Y qué piedad desconocida quiere

que me vengas a hablar y que te espere

cuando apenas si existo?

90.



Busque el que pasa tanta noche clara
fija en el cielo la mirada ardiente,
la presentida huella de una rara
estrella, acaso bella, pero ausente.

Busque otro el áureo disco dirimente
de toda unión, de todo orgullo, vara,
aunque él le obligue a recatar la frente
y a ofrecer margaritas a la piara.

Que yo tallado en cedro más diverso,
en cualquier estación o instante adverso,
no busco nada más que una mirada.

¿Qué no la encuentro? Es esto poca cosa:
feliz soy por estar como la rosa
esperando, sin verla, a la alborada.
91.
¿Oíste alguna vez, desfalleciente
en la oración, un canto de pastores,
cuya alegría entristeció tu frente
por recordar amores?

¿Volviste alguna vez por donde, niño,
la dicha te ha llevado de la mano,
y ciego de tu edad, con su cariño
fuiste otra vez... sabiéndolo lejano?

¿Y solo, en tu silencio, has repetido
la frase que ella habría comprendido
y que has callado en vano?

Así recuerdo, mi memoria es ésa:
junta está la belleza a la tristeza,
como dos rosas en la misma mano.
92.
Despedirse de tanta, tanta cosa
que me tuvo tan larga compañía
y al fin y al cabo es lo que más valía,
viéndolo bien, ¿no es cosa dolorosa?

Porque yo escribo este soneto y siento
que divido mi vida en dos mitades:
una es de nube, se la lleva el viento,
y otra es de tierra, toda realidades.

Yo me pregunto si tendré la fuerza
de olvidar tanto sin que al fin se tuerza
la ilusión que es preciso me mantenga.

Y de veras no sé, no sé qué hacer...
Acaso nada, no sentir, no ver,
y dejarse llevar por lo que venga.
93.
Mas ya que despedirse es necesario
y puesto que éste es el deber de ahora,
el alma, ¿por qué llora?:
¿no ve que despedirse es necesario?

Y eso de estar viviendo en puro engaño
no abraza bien con tanta fuerza de alma...
¡Breve es la vida! Llegará la calma.
¡Deje que pase un año y otro año!

Y ya que despedirse es necesario:
¡adiós rostro de amor, mansión de gracia,
que sin quererlo ha sido mi desgracia!

¡Y a mí mismo el adiós! pues, solitario
me alejo en lo que fui... ¡Tanto que era!...
y es más, rayo de luna en la pradera.
94.
Tranquilo y majestuoso río ha sido
mi Silencio en que nace mi labor
como un nenúfar; y el mejor favor
que me concedo es el pasar sin ruido.

Y un igual sentimiento hay en mi amor,
que por tranquilo nunca se ha sentido,
que por callado todo lo ha perdido...
Fui como en la tiniebla blanca flor:

no alegra la mirada,
mas perfuma la sombra de su olvido;
fui como el tiempo inánime y silente

que está siempre con uno y no se siente;
fui cual rayo de sol en su vestido:
¡la tibia y áurea cosa que no es nada!
95.
Fin he puesto al tumulto pasionario.
La tormenta sombría de mi alma
se aclara en una inmarcesible calma.
Y aquí estoy: ¡para siempre solitario!

¿Esto es lo inevitable? ¡No! Yo he visto
que todos son felices... Yo la pierdo.
El tiempo es de callar. Sólo el recuerdo
recordará que existo.

Porque al fin yo me quedo solitario.
Yo que el primero la nombré con pena
y en vano la llamé. ¡Era tan buena!

Y ahora, corazón, que el funerario
custodio te custodie, triste hiedra;
y ahora, corazón, hazte de piedra.
96.
¿Qué es esto: ayer no más árbol desnudo
y seco, abandonado, inmóvil, mudo,
de nuevo al cielo azul joven te elevas
pomposamente lleno de hojas nuevas?

¿Y aquellas ramas rotas que tenías,
y aquellas hojas secas que veías
como instantes caer, adónde han ido?
Tanto antiguo dolor, ¿desvanecido?

Bajo la maravilla de hojas verdes,
no lloras lo que pierdes;
retoñas en la misma cicatriz

y flor se llama lo que fue quebranto...
¡Comprendo cómo puedes vivir tanto,
árbol feliz!
97.
Te has ido y no te has ido; te alejaste
!y nunca tan presente como ahora!
En mi mirada estás cuando te llora,
siempre te llora porque te ausentaste.

Me basta ver la casa en que viviste,
la puerta, el árbol deshojado, el techo,
me basta preguntar: ¿qué hay en mi pecho?
para verte otra vez, pálida y triste.

¿Adónde podrás ir que no te dejes?
¿dónde que no te vea, aunque te alejes?
A tu lado quizás te olvidaría,

pues siempre estoy con lo que está lejano,
(lo sabes, juventud: fausto de un día):
yo siempre estoy con lo que está lejano.
98.
Toma mi oro, pasajero, y tú,
no importa qué mujer, mi juventud.
Pues toda la riqueza más querida,
mi riqueza mejor, está perdida.

Y todo lo demás no importa nada:
igual cosa es la hoja marchitada.
Bellos ojos que amé no veré más;
sus ojos no me mirarán jamás.

¿Vivir? ¡qué pobre y miserable cosa!
¡Que se lleve quien quiera lo que soy:
nada es bello ni bueno desde hoy!

Ya no salen estrellas ni la rosa
florece, pues sus ojos he perdido.
¡Si ya no sé vivir!: ella se ha ido.
99.
Todo esto es bueno y tiene misteriosa
gracia. Y alrededor todo es dulzura
y rebosa alegría cual rebosa
la penumbrosa pérgola frescura.

Como es su deber mágico dan flores
los árboles. El sol en los tejados
y en las ventanas brilla. Ruiseñores
quieren decir que están enamorados...

¡Dios mío, todo está como antes era!
Se va el invierno, viene primavera,
y todos son felices; y la vida

pasa en silencio, amada y bendecida;
nada dice que no, nada, jamás...
pero yo sé que no la veré más.
100.

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